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Paralelos


Se hallaba fascinada con las caracolas de todos los tamaños y colores. El olor a sal y el sonido del viento le dibujaban una sonrisa que contrastaba con la tristeza que experimentaba al recoger las rotas conchas de mar , las observaba con paciencia intentando decidir si podía salvarla. Encontrar alguna manera de que todavía siguiera siendo una caracola, con su forma seductora, con las curvas, colores y diseños variados. En su mente, si estaba perforada, ya no era una caracola, pasaba a ser un esqueleto, un fantasma, algo que no se pudo sostener en el tiempo.

Al hombre que caminaba por delante de ella le encantaba sostener las cosas, cargar con las tensiones que se desarrollaban antes de entrar a una reunión de trabajo, mediar las bromar luego de jugar un futbol 5. Sostener a sus padres, las responsabilidades y el orden. Todo tenia forma, no había espacios para los huecos y dejaba escapar las no caracolas entre sus dedos con practicidad e indiferencia sin importar si estaban enteras o no. Caminaba sin llegar a mojarse los tobillos, se mantenía alejado de los vidrios, eran peligrosos, mientras ella no podía hacer otra cosa que saltar de la alegría cada vez que veía uno. Lo tomaba examinando si estaba pulido o si podía ver algo a través de él. Jugaba a adivinar cuanto tiempo había rodado por el mar según la textura, lo colocaba sobre la palma de la mano y lo observaba, haciéndolo girar entre el índice y el pulgar, para asegurarse que no tuviera filo y se dejaba seducir por los colores y formas.

Todo quello ante sus sentidos era arte, por eso amaba a playa la bahía chica, valía la pena que aquella arena (que era más piedra que arena) le exfoliara hasta el alma. Mientras chupaba la sangre del dedo por un corte se dio cuenta que lo mismo sucedía con las personas, no importaba cuantas pruebas pasaran, el rol, o el tiempo juntos… siempre era inevitable algún corte que otro.

Sus pensamientos la llevaron a perderse en la profundidad de la playa que solo era interrumpida por una pequeña isla.

El hombre, que era su acompañante, se acercaba con una sonrisa mitad condescendiente y mitad aburrida. Se le contagiaba a medias su alegría, a medias su amor y sus gustos. Mientras arrojaba el vidrio con sangre al agua lanzó también la epifanía para otro momento de que algunas personas simplemente no eran atraídas por las profundidades y que Sabina tenía razón: dos no era igual a uno más uno.

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